Nombre, correo electrónico, ubicación, interacciones, preferencias… Son varios los datos de usuarios que recopilan las aplicaciones más utilizadas. Cuando se aceptan los términos y condiciones, se le da acceso a las compañías a que obtengan y guarden una cierta cantidad de información que luego estas empresas emplean para prestar sus servicios.
En la práctica, los usuarios no suelen tomarse el tiempo para leer (y comprender) todos los términos y condiciones de uso para entender exactamente a qué acceden. Y es lógico: hacerlo sería materialmente imposible. Según un informe de Visual Capitalist, un usuario necesitaría en promedio 250 horas para leer los acuerdos de todos los servicios que emplea en sus celulares o computadoras. A esto se suma que la dificultad para comprender muchos de estos textos que no están necesariamente escritos en un lenguaje llano.
Facebook e Instagram lideran el ranking de las aplicaciones que mayor porcentaje de información almacenan: el 70,6% y 58,8% respectivamente, según un análisis de la empresa de ciberseguridad Clario Tech citada por el sitio Statista y que abarca a las plataformas más populares. En tercer y cuarto lugar están Tinder y Grinder que recogen el 55,9 % y 52,9 % de la información que solicitan. Uber por su parte, también guarda este último porcentaje de datos.
El debate en torno a la cantidad de información que recopilan las aplicaciones no es nuevo. En el último tiempo este punto ha sido factor de análisis por parte de instituciones y gobiernos en todo el mundo. En Europa suscitó la implementación de la Ley de Protección de Datos Personales (GDPR, por sus siglas en inglés) que regula la forma en que las plataformas reúnen información y las responsabiliza en caso de que esos datos sean empleados por propósitos no especificados o sea sujeto de filtraciones.
Cuando se utilizan redes sociales, se descargan aplicaciones y se navega por la web se genera una huella digital que las empresas emplean para ofrecer servicios personalizados que, también, les permiten mostrar anuncios mejor dirigidos a esa audiencia. Esa capacidad para llamar interés y mostrar publicidad dirigida es lo que a las empresas les permite obtener más anunciantes. De ahí que se diga que los datos son el nuevo petróleo del siglo XXI.
Todos los sitios donde se consuma contenido u otros servicios de “forma gratuita” se pagan con datos personales. Lo que no se abona con dinero, se abona con información. Muchos usuarios saben esto y acceden a dar sus datos (aún sin saber exactamente qué ofrecen) porque quieren seguir obteniendo esos beneficios.
“La privacidad de los datos parece cada vez más un bien escaso. El ciudadano normal casi no puede aspirar a una privacidad total en los espacios digitales. Es verdad que se puede interrumpir el contacto con todos los canales digitales y servicios asociados (banca, salud, educación, transporte, entretenimiento), pero el costo sería muy alto”, advierte Cristóbal Cobo, especialista en Políticas de Educación y Tecnología, en su libro “Acepto las Condiciones: usos y abusos de las tecnologías digitales”.
¿Qué se hace ante esta situación? Por lo pronto educar y propiciar el alfabetismo digital para que los ciudadanos sean conscientes de estos modelos de negocios y así puedan entender y por lo tanto elegir con conciencia si quieren ser parte de este intercambio.
Es vital que el usuario se pregunte antes de descargar una app si es realmente necesario hacerlo, que lea los acuerdos o al menos vea a qué permisos accede en su móvil las plataformas ya instaladas. Para hacer esto basta con ingresar al menú de configuración y seguir los pasos mencionados en esta nota.
También es importante dar cuenta de las diferentes herramientas que se pueden utilizar como usuario para limitar la recopilacion de datos cuando se navega por la web. Existen extensiones como Ghostery que permiten hacer esto. Hay motores de búsqueda como Duck Duck Go que permiten reducir los rastros digitales, y también es posible configurar Chrome para cuidar la privacidad al hora de surfear la web.
Es cierto que estas son estrategias para minimizar cierta exposición, pero nada evita que se sigan compartiendo datos por completo. También es verdad que algunas apps se seguirán empleando aún cuando se vea que acceden a una cantidad de datos que pueden ser considerados excesivos y esto ocurrirá porque dejar de usar esos servicios puede implicar quedar al margen del mundo virtual, lo cual puede resultar una gran incomodidad, como advierte Cobo.
De ahí que sea tan importante que el tema se analice y se propicie el debate público para que se generen más regulaciones con el objetivo de proteger los datos de los usuarios. El GDPR en Europa es un buen ejemplo de esto y seguramente en los próximo años veremos surgir nuevos lineamientos en este sentido.